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martes, 25 de enero de 2011

José Nikolai. Una historia bonita y conmovedora

Publicado en el Periódico de la adopción.

Me llamo José Nikolai.
Mis padres españoles me adoptaron el día 23 de febrero de 2000.

Antes vivía en Pleven, Bulgaria, con mi familia, la familia en que nací. Me gustaba mucho jugar en la casa con el perro que teníamos y también salir en invierno a esquiar en la nieve.

La verdad, aquellos días nunca los podré olvidar. Pero todo terminó cuando mi madre se fue a vivir con otro hombre y mi padre se fue de casa.Yo tuve que ir a vivir con mi madre y su nuevo marido.

Aquel hombre era malo, muy malo. Me pegaba siempre. Así que me quitaron de en medio enviándome a un orfanato.
Cuando llegaban las vacaciones me volvía a casa. Y él me seguía pegando. Hasta que un día me escapé de casa y me fui con mi otro padre que vivía con su madre.
Estuve allí cinco días, hasta que él me pidió que volviese con mi madre porque no podía cuidar de mí. Volví con ella.

Llegaron los días de colegio y me fui a clase.En el orfanato jugaba al fútbol y hacía amigos. Todo parecía bien hasta que, un día, la directora, Madama Antonova, me vino a decir que mi familia me había abandonado allí para siempre. Me puse muy triste, pensando que ya no tenía familia y que iba a pasar toda mi vida en el orfanato.

Iba al colegio con algunos amigos, hacía los deberes con ellos, las cosas no iban mal del todo, pero yo lloraba siempre.

El profesor de música me preguntó un día si quería formar parte de un grupo musical que él mismo había formado. Me puse contento. Me probó la voz y me eligió de vocalista.

Durante los meses siguientes hicimos muchas canciones y empezamos a tener éxito, a veces íbamos de gira por Bulgaria y ganamos algunos premios.Pero yo pensaba: Nunca tendré familia, ni padres, ni hermanos con los que jugar y divertirme o contarles lo que me pasa.
Todo se me hacía difícil. Cumplí diez años, cumplí once. La vida seguía, me hacía mayor.

Antonova me dijo un día que como era mayor que los otros niños me tenía que ir del orfanato. Empecé a llorar pensando que lo siguiente era morir solo, sin familia ni amigos, sin siquiera una cama o un par de zapatos. Hice la maleta. Ni siquiera sabía dónde iba a dormir esa noche.

En mi cabeza repetía: Qué va a ser de mí. Ya en la puerta, me encontré con Madama Trifonova, mi cuidadora del patio del colegio. ¿Dónde va este niño tan triste?, dijo. El hipo y los mocos no me dejaban hablar. Contestó Antonova por mí. Tiene que irse, aquí no podemos alojar a ningún niño mayor de diez años. Niki ya tiene once. Y ¿a dónde irá?, dijo Trifonova. A la calle, respondió Antonova.

Trifonova se apenó por mí, me atusó el pelo, me miró a los ojos y dijo: ¿Quieres venir a mi casa? Estudiarás con mi hijo Daniel, nos ayudarás con la limpieza de la casa y las gallinas y yo te pagaré algunas levas. No podía responder. El corazón se me llenó de caballos galopando al aire libre. Otra vez la vida empezó para mí. En casa de Trifonova me sentí durante un tiempo como parte de la familia, pero pronto todo cambió.

El tiempo iba pasando de clase al gallinero, de comprar el pan a ayudar en la cocina, de limpiar el establo a hacer las camas, de cepillar a los caballos a barrer el portal, de ayudar a Daniel con los deberes a recoger hojas del jardín. Caía en la cama roto, los ojos se me cerraban antes de poder tumbarme. Es verdad que al principio era feliz, pero, poco a poco, el agotamiento se iba apoderando de mi cuerpo y mi corazón volvía a llorar. Pensaba, ¿Tendré alguna vez padres que me quieran, hermanos con quienes hablar, una casa que sea mi hogar?

A veces, por las verjas del jardín, veía llegar coches extranjeros al orfanato. Bajaban parejas, traían regalos para los niños, se iban llevando a niños pequeños de la mano, vestidos de hombrecitos, con grandes sonrisas y besos, alegría en los ojos. Daniel me dijo que eran padres adoptivos que venían de España a buscar a sus nuevos hijos. Me comía la envidia.

Un día por la mañana me encontré a Antonova en la panadería. Mepreguntó, ¿Qué tal te va con Madama Trifononova? Yo levanté la cara y dije mirándole a los ojos: ¿Me harías el favor de encontrar para mí en España unos padres que me quieran, que me ayuden a ser bueno y que tengan algún hijo para que sea mi amigo o mi hermano? Antonova ya no quiso saber qué tal me iba con Trifonova. Me agarró suavemente del cuello, me acarició el pelo, me miró a los ojos y dijo: Lo intentaré. Haré lo que pueda.Pasó el tiempo. Dimos un concierto. Grabamos un vídeo.

Vinieron unos americanos que adoptaron a Milén y a María. Yo pensaba que mi familia sería para siempre el grupo musical. Pero, un sábado, cuando estaba en el patio jugando al fútbol, Antonova me llamó a su lado.
Junto a ella había una pareja y más gente que ya había visto en otras ocasiones cuando los padres se llevaban a sus hijos recién adoptados. Antonova me dijo: Mira, Nikolai, te presento a estos padres que van a buscarte una familia en España. Algo se ablandó dentro de mí. Mi cabeza se inclinó como si fuera un pedazo de cera caliente desplomándose hacia un lado. Se apoyó, sin yo quererlo, en el hombro de aquella madre española que estaba a mi lado. Puede ser que ya la sintiera amorosa y cercana como una madre. Vi su rostro. Era ella, la que mi corazón esperaba. Me oí decir: Dile que me busque una madre igual que ella. Me gusta esta madre.

Lo que entonces no sabía, pero sé ahora, es que esa madre había aprendido búlgaro pare recibir a los dos hijos pequeños que estaba adoptando en ese momento. Y, por lo tanto, cuando dije lo que dije, ella me entendió.
Después me ha contado que a ella el corazón se le desplomó como un ascensor sin cables, clong, hasta el fondo.Ahora ya está. Todo está bien.

Mis padres vinieron a buscarme cuando terminaron los papeleos, que son muchos.

El juez me llamó para preguntarme y yo le dije que sí, que sí, que quería que me adoptasen esos padres españoles y que quería vivir en España y aprender español y dejar de dar de comer a las gallinas.

En fin, no todo ha sido fácil, pero aquí estoy. Creo que he sido afortunado.

Por cierto, ahora me llamo Nikolai como yo mismo, y José como el abuelo, el padre de mi madre española, que justo murió sin conocerme. En las fotos se ve que era un abuelito de barbas blancas y ojos simpáticos.

Me gusta llevar su nombre.Y, además, ahora tengo padres,tengo hermanos,tengo primos, tíos, sobrinos, abuelos,tengo perros,tengo un hogar.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Impresionante ... ¿cuántos niños habrá así? Más pequeños, más grandes ... pero cuantos niños y niñas habrá así ...
Cristina Galletero (Albacete) Madre adoptiva y biológica

Anónimo dijo...

POR FAVOR¡¡¡...para las que leemos este blog en el trabajo, no os podéis imaginar que difícil es explicar los lagrimones que me caían al terminar de leer ésta carta....


Mil gracias por la labor que realizáis.

Anónimo dijo...

Ays que relato más tierno y bonito, ojalá ningún niño tuviera que estar tanto tiempo esperando una familia con todas las que habemos esperando ...
Un abrazo.
Geli.

Felisa y Ernesto dijo...

Que preciosa historia, ojala tenga yo la suerte de encontrarme un Nikolai en mi camino....,
a ver si se mueven un poquito las asignaciones y me da tiempo a todo..
Muchas gracias por esta historia,
un abrazo.
Felisa

Anónimo dijo...

Ernesto y Felisa de que fecha sois ,yo era del 26 de mayo y aun no me han asignado .Estrella.